El perro y el prófugo

¿Alguna vez se te perdió tu perro, gato o el animal que sea que esté a tu cargo?
Si sí, entonces sabés lo angustiante y desesperante que es.
Si no, podrías imaginarlo y de seguro te haría mal.
Por suerte, en los tiempos que corren, la tecnología y el avance de las redes sociales ayudan mucho a los reencuentros entre animales perdidos y su familia.
Ahora bien, imaginen si se pierde tu perro, pero vos estás prófugo de la justicia.
No solo tenés las dos manos atadas, sino que también los pies, los ojos vendados y la boca cocida.
Bueno, eso me pasó a mi y voy a contar mi historia y la de Lucas:

Después de unos meses solo, donde la angustia todo lo abarcaba, hice lo posible para llevarme conmigo a uno de mis perros.
Lucas había sido el último en sumarse a la manada.
Solamente dos meses atrás, un 1 de Enero, había llegado a mi vida.
Lucas parece una cruza de ovejero alemán y un ovejero belga.
Aunque al lado de uno de raza pura, es un enano.
Ese año parecía empezar como cualquier otro.
Pero la vida me dió un salvavidas, un apoyo enorme.
Intenté, en su momento, conseguirle una familia.
Pensé que iba a ser muy rápido, pero no fue así.
Nadie preguntaba por él.
Raro, ya que cuando hay un perro de raza (o que al menos se parece mucho a uno de raza), la gente lo pide a gritos.
No fue su caso.
Con el tiempo entendí que Lucas y yo estábamos destinados a estar juntos.
Todos necesitamos a alguien.
Solo contra el mundo no se puede.
Creemos que sí, que somos los suficientemente fuertes.
Podemos aguantar un tiempo.
Pero, tarde o temprano, necesitamos reposar en alguien.
Descansar.
Permitirnos estar vulnerables.
Permitirnos recargar y volver a luchar otro día.
Lucas fue eso y mucho más.
Lucas me salvó la vida.
Cuando mi mente pensaba cualquier cosa, Lucas volvió a mi.
Meses de luchar solo.
Y cuando estaba por decir basta, volvió.
Con su mirada fiel, con su calor por la noche.
Volvió para darme un sentido.
Otra vez tenía a mi perro conmigo.
Ya no estaba solo.
«Luchá por él», me repetía cada día.
«Si te pasa algo, le pasa a él».
«Luchen juntos».
Y así fue.
Luchamos juntos.
Por él, por mí y por toda la familia que estaba atrás deseando que sea fuerte y aguante hasta que todo se solucione.
(Aunque el horizonte no era muy prometedor).
Y aguantamos.
Y en el camino sucedió unas de las situaciones más angustiantes que me tocó pasar: Lucas se perdió.
Salió una mañana de la habitación hacia el campo.
Y no volvió.
Habrá seguido a algún animal, habrá seguido algún olor…no lo sé, pero no regresó.
No supo volver.
Qué ironía del destino, ¿no?
El chico que encontraba todos los perros, perdía al suyo.
El chico de los 1000 contactos perrunos, no podía contactarse con nadie.
Y encima de todo, se perdío en la inmensidad de hectáreas y hectáreas de campo.
Y el campo no es la ciudad.
En el campo el perro es protector.
En el campo el perro es cazador.
En el campo el perro tiene una función.
En el campo no pegan carteles por perros perdidos.
En el campo el perro es perro, no familia.
En el campo si se pierde un perro, esperan que vuelva solo.
Y si no vuelve, buscan otro.
Entre tanta búsqueda me llené de historias de la gente a la que le iba pregunando.
No podía parar de sorprenderme.
Es una idiosincracia totalmente diferente a la de la ciudad.
Nadie me lo iba a devolver.
Nadie se iba a preocupar si ese perro tenía familia.
Tenía que salir a buscarlo caminando.
No tenía otro medio de transporte más que mis piernas.
Ya habían pasado algunas horas y no volvía.
Tenía que ir a buscarlo.
Yo sabía que si todavía estaba deambulando, necesitaba olerme para encontrar el camino.
Así que antes de salir, agarré una maquina para el pelo y me pelé.
Todo ese pelo lo guardé en una bolsita para poder ir dejando algunos mechones cada 50m para que si pasaba por ahí, me oliera.
Al mismo tiempo me llevé un silbato marinero que usaba cuando Lucas andaba por el campo y le ponía su comida.
También me llevé una foto de él y una correa.
Diagramé una ruta que empezaba caminando hacia el Este.
Y salí.
Y caminé y caminé.
Y tocaba el silbato.
Mis mechones de pelo eran como las migajas de Hanzel y Gretel.
Gritaba.
Lloraba.
Lo llamaba.
Rezaba.
Y así por kilométros y kilómetros.
No, no me importaba que me reconocieran, aunque estaba 100% seguro que nadie me iba a reconocer.
No me daba miedo.
Ni siquiera cuando pasaba la patrulla.
El primer día fui a 4 casas de campo y una escuela rural y nadie lo vió.
A todos les dejé un número de celular que solo usaba en emergencias y únicamente mediante SMS.
Caminé hasta la autopista, que fue mi límite.
Volví, porque se hacia de noche.
Esa noche, y todas las posteriores, dormí afuera.
Tenía un silloncito de una plaza, me llevé un abrigo, me hice una fogata y usaba el silbato para que me escuchara en la silenciosa noche de campo.
Y nada.
Al segundo día me fui hacia el Sur.
Y nada.
Al tercer día me fui hasta el Oeste.
Y nada.
Recuerdo aquella vez, volviendo a casa, tener que meterme por una calle angosta (si no la tomaba me tenía que desviar un par de kms).
Ahí me encuentro con unas 20 vacas que estaban pastando, libres.
Imagínense a este chico de ciudad tener que pasar por el medio de todas esas vacas y sus terneros.
Con mucho respeto y sin mirarlas, pasé.
Por supuesto siempre pegado al alambrado para treparme y saltar hacia el otro lado si la situación se desvirtuaba.
Pero no fue necesario.
Al cuarto día me fui al norte.
Y nada.
A la vuelta me cruzo con una auto.
Lo paré, le conté y me dijo que si fue para el sudeste, que vaya a la casa de campo que se encontraba ahí, que el tipo era de levantar perros.
Fui muy esperanzado.
Y nada.
Y la angustia era cada vez peor.
El dolor era insoportable.
Estaba solo en el mundo.
Y mi única compañía, quien me mantenía de pie, se había perdido.
Al quinto día me fui a un country que quedaba por la autopista, ya que me habían dicho que lo vieron ahí dentro.
Me dejaron pasar a buscarlo en la camioneta de uno de los que cuidaban el lugar, ya que no dejaban entrar a nadie sin invitación.
Y nada.
Cuando te esperanzás con algo y no se dá, la caída es muy fuerte.
Volviendo a casa, derrotado una vez más, me llega un mensaje: «yo encontré a tu perro, llamame.»
«Ya te llamo»,
respondí.
¿Pero cómo? Si no podía hablar.
Me estaba buscando la policía y un llamado telefónico podía arruinarlo todo.
Así que se me ocurrió volver corriendo al country y contarles sobre el mensaje.
Les dije que estaba muy nervioso para hablar, si podían hablar ellos.
Hablaron, efectivamente era cierto el mensaje y en media hora tenía que encontrarme en el campo que me indicó esa persona.
Los chicos del country me pidieron un remís, que por suerte vino rápido, y fui para allá.
La sensación en el cuerpo era indescriptible.
Pero tampoco quería ilusionarme.
¿Y si no era?
¿Cómo me reponía a semejante golpazo?
El corazón me latía a mil.
Me sudaban las manos.
Todo el cuerpo, en realidad.
Era un manojo de nervios.
5 días separados.
Las esperanzas que se iban apagando.
Moví cielo y tierra, caminé lo que nunca en mi vida.
Todo por él.
Todo por amor.
Todo por Lucas.
Todo por mi salvador.
Todo por quien me dió un Norte.
Todo por quien me dió una razón.
Todo por quien me cuidó.
Todo por el peludo que bajó de un salto del asiento de aquella 4×4 para venir corriendo hacia mí moviendo la cola.